Entre viñedos, masías y sueños en Utiel-Requena

Este fin de semana nos escapamos en familia hacia el interior, a esa zona que siempre huele a vino, historia y campo abierto: Utiel-Requena.

La madre de Ángeles es de un pueblecito cercano, así que para ella siempre tiene un aire de casa, de raíces. Y como estamos en plena primavera, no se nos ocurrió mejor plan que hacer una ruta por los viñedos, ahora que todo está en flor y el sol empieza a calentar sin asfixiar.

El paisaje era una postal: colinas suaves cubiertas de vides verdes, el cielo azul roto por alguna que otra nube perezosa. Y ese silencio tan bonito que solo se encuentra lejos del móvil y de las notificaciones.

Nos metimos en una finca con vistas espectaculares.

De esas que te hacen parar el coche solo para respirar. Hicimos una pequeña cata de vinos. En una bodega familiar que aún llevaba el apellido del abuelo y todo. Y mientras Ángeles y yo intentábamos adivinar notas de ciruela y madera (sin mucho éxito, la verdad)…nuestra hija mayor decidió vivir su propia aventura.

Vamos…

Se escapó entre las viñas.

Joder.

Así, sin más. Un segundo la teníamos al lado y al siguiente, solo quedaba el movimiento de las hojas. Fueron unos diez minutos de búsqueda que se sintieron como horas. Al final, la encontramos riéndose a carcajadas, sentada en el suelo, rodeada de mariposas.

“Papá, me gustan las uvas”, dijo.

Si, claro…y a Papá le gusta tener pelo en la coronilla.

Más tarde, ya de vuelta en el coche, vimos una antigua masía en venta. Una de estas que tenía historia: paredes de piedra, tejado de teja roja, una pequeña era delante.

Un cartel decía Cottage Properties, se ve que tienen este tipo de masías en venta por toda Cataluña y Valencia. Y claro, se me fue la cabeza. Me imaginé viviendo ahí, con mi propia viña, cosechando con los peques, haciendo vino para amigos, viendo atardecer con un copa en mano…

Un sueño.

Uno caro, sí. Pero un sueño al fin.

Y es que a veces se nos olvida por qué trabajamos tanto. Nos perdemos en tareas, pantallas, plazos, números. Y nos olvidamos del para qué. Este viaje fue un recordatorio. No trabajamos solo por pagar facturas, sino por construir algo bonito: una vida con más historias, más risas entre viñedos, más momentos reales.

Una casa así molaría, claro. Pero incluso si no llega, lo que vivimos este finde ya valió la pena.

Leave a Comment