Descubriendo el Betlem de Tiristi de Alcoy

Este diciembre, Ángeles, los niños y yo decidimos ir a Alcoy, a ver si su famosa Navidad —esa que dicen que es Bien de Interés Turístico Nacional y suena como algo muy serio— nos sacaba de la rutina. Plan ideal: menos pantallas, más magia navideña, y, si todo salía bien, un puñado de recuerdos dignos de Instagram sin los filtros de la paciencia agotada.

Spoiler: salieron recuerdos, sí. Pero, mágicos… bueno, depende de cómo definas “mágico”.

Tirisiti: Victoria y Humillación Parental en 20 Minutos

Primera parada: el Betlem de Tirisiti, un teatrillo de marionetas que lleva más de un siglo encandilando a la gente. Llegamos pronto al Teatro Principal, rollo familia organizada, y por una vez la jugada salió bien.

Nuestro hijo mayor, el que solo presta atención a camiones de juguete y a la Patrulla Canina, estaba hipnotizado. Clavado en la silla, como si esas marionetas fueran la final de la Champions.

“¿Ves a Tirisiti con la barretina roja?”, le susurré, emocionado, en plan padre implicado.

“Papá, shhhh”, soltó sin mirarme. Ridiculizado por un crío de dos años. Encima en público. Genial.

Mientras tanto, la pequeña ni se enteraba de la función. Estaba feliz, sí, pero gracias a las galletas que Ángeles iba repartiendo como si fueran billetes en un videoclip. Yo había soltado la típica frase de padre optimista: “Nada de snacks, que aprendan a disfrutar la cultura”. Claro. ¿Quién se cree uno? El hambre siempre gana.

El Belén Viviente y la Seguridad (Exagerada o No, Según a Quién Preguntes)

Después del teatro, tocaba el Belén Viviente. No uno cualquiera, no. Aquí actores montan todo el tinglado como si fueras a colarte en un documental de la BBC. Animales incluidos.

“Mira, ¿quieres acariciar la ovejita?”, le digo a mi hijo, en modo “papá cool fomentando la conexión con la naturaleza”.

Da un paso adelante, feliz, y zas: Ángeles lo detiene como si fuera a lanzarse a un barranco.

“¡Cuidado! ¡Que no le muerda!”

¿Morder? ¿Una oveja? Me salió sola la risa: “Cariño, es una oveja, no un tiburón.”

Su mirada lo dijo todo. Esa mirada que traduces sin esfuerzo: Sigue hablando y duermes en el coche.

Así que callé. Sabio y cobarde.

Paseos, Dulces y Guerra Fría Contra el Frío (Y Contra la Tele, Claro)

Las calles de Alcoy estaban preciosas, eso sí. Balcones con pajes negros y gorritos rojos, luces por todas partes, un mercadillo lleno de dulces que, para mis hijos, eclipsaban cualquier intención educativa.

“Papá, ¡chocolate!”, gritó el mayor, ignorando completamente mi intento de explicar la tradición de los pajes.

Y, la verdad, ¿qué niño escucha un rollo histórico cuando hay churros a la vista?

Para comer, entramos a un restaurante local y pedimos borreta y olleta, esos platos de cuchara que te calientan el alma y te recuerdan que es diciembre. ¿Sabes qué no calienta el alma? Evitar que dos niños desmonten la mesa mientras esperas la comida.

“¿Y si les dejamos el móvil un ratito?”, sugerí, derrotado.

Ángeles me miró como si hubiera propuesto vender a los niños.

El Balance: Más Risas Que Postales Perfectas

¿Fue la escapada perfecta? Claro que no.

¿Fue divertida? Bueno, hubo ovejas demonizadas, marionetas callando padres y una lucha constante contra el frío y las migas de galleta en los abrigos. Así que sí.

En el coche de vuelta, ya de noche, el mayor dijo: “Me gusta Tirisiti, pero quiero ver dibujos.”

Victoria parcial. No erradicamos las pantallas, pero al menos las marionetas les plantaron cara.

Si quieres un plan navideño cerca de Valencia, Alcoy es un acierto. Pero ve sabiendo que la magia navideña incluye algo de caos, muchas galletas y, si viajas con niños, cero momentos Pinterest.

Aunque, si me preguntas, ahí está el encanto.