Un Chapuzón en la Fuente de los Baños, Montanejos

A principios de octubre, Ángeles, los niños y yo nos liamos la manta a la cabeza y fuimos a Montanejos. A ver si la famosa Fuente de los Baños era tan espectacular como todo el mundo decía o si, como suele pasar, las fotos de Instagram le ponían más filtros que sentido común.

Mochilas listas: bocadillos, agua, cangrejeras. Salimos temprano desde Dénia, con esa energía mañanera que, si tienes niños, sabes que dura exactamente hasta la primera pelea por quién lleva la botella.

Montanejos: bonito hasta molestar

Primera impresión: precioso. Montanejos es uno de esos pueblos que parecen decorado de película histórica. A Ángeles le encantan estos sitios. Siempre digo que en otra vida fue un burro de carga medieval, porque disfruta cada adoquín como si hubiera llevado sacos de grano por ahí. No le hace gracia el chiste, claro. Pero yo sigo soltándolo.

Dejamos el coche en un parking cercano y empezamos el paseo hasta la Fuente de los Baños. Unos 20 minutillos. Fácil, bonito. El mayor iba en modo explorador, señalando cada bicho que se movía. “¡Peces, papá! ¿Es un tiburón?” Era una carpa. Tiburón de agua dulce, supongo.

Y de repente, un martín pescador. Azul eléctrico, rapidísimo. Ángeles y yo nos miramos como si hubiéramos visto un unicornio. Ni en 32 años de vida habíamos pillado uno en directo. Ya con eso el viaje había valido la pena.

La Fuente: postales sin filtro

Y entonces llegamos.

Aguas turquesas, paredes de roca altísimas y ese silencio de fondo que solo rompen las risas de los niños y algún chapuzón.

Nos cambiamos en un parpadeo. La pequeña dudó al principio, como si el agua fuera lava. Pero a los dos minutos estaba dentro, salpicando como si cobrara por metro cuadrado mojado.

El agua está siempre a 25 grados. No es termal, pero oye, en otoño se siente como si lo fuera. Y, por un rato, el mundo dejó de existir. No había trabajo, ni lavadoras por poner, ni facturas. Solo nosotros y un rincón que parecía sacado de un cuento.

Historia, bromas y entradas (para el baño y para la calvicie)

Mientras descansábamos en la orilla, le solté a la niña la historia de Abú Zayd, el gobernador almohade que, según dicen, mandó construir esos baños en el siglo XIII para que las mujeres de su harén se mantuvieran jóvenes y bellas.

No acabé la frase y Ángeles ya estaba cargando la flecha:

—“A ver si el agua también cubre tus entradas, amor.”

La miré, ella se partía de risa. Imposible ganar esa batalla.

Ah, y si vas en Semana Santa o verano, que sepas que hay que reservar entrada online. Cuesta 3 € por adulto y 1,5 € para niños y mayores de 65. Y nada de perros ni neveras. El paraíso tiene normas.

Picnic, paseo y promesa de volver

Cuando nos cansamos de estar a remojo, nos fuimos a la zona de merenderos. Bocadillos sencillos, patatas de bolsa y ese toque especial que da comer con el culo medio sentado en una piedra. Luego dimos un paseo por Montanejos, con su aire puro y sus calles tranquilas, antes de volver a Valencia.

¿Volveremos? Seguro. Aunque sea solo para que Ángeles me recuerde, entre carcajadas y chapuzones, que ni el agua más mágica me va a devolver el pelo.

Si quieres un plan de fin de semana que mezcle naturaleza, historia y algún que otro chiste malo, la Fuente de los Baños es tu sitio. Pero madruga. Que el paraíso, como todo, se llena rápido.